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“Ucrania, un país que baila para no morir”: Fundación Madrina revela la realidad que vive y que Europa olvida

  • Es una guerra que devora a dos generaciones jóvenes simultáneamente, de Rusia y de Ucrania.
  • Hay muchos jóvenes rusos que siguen huyendo de la guerra y la crisis, incluso hay refugiados médicos ya en España que han huido de Rusia por la guerra.

Madrid / Kiev – Fundación Madrina, 27 de noviembre de 2025. — Las voluntarias C y L, colaboradoras de la Fundación Madrina, han regresado recientemente de uno de sus muchos viajes a Ucrania, como ellas verbalizan “es un descenso directo al infierno, a la verdad que rara vez logra atravesar los titulares. Una verdad incómoda, brutal y urgente, que Europa no quiere ver”.

“De día, Kiev intenta parecer una ciudad europea: tráfico, tiendas, clases, familias que buscan una normalidad imposible. Pero cuando cae el sol, comienza la parte de la guerra que no sale en los partes oficiales”. Y continúa “una noche escuché 700 drones sobrevolando la ciudad a las 2am. No puedes dormir, no puedes pensar. Solo esperar”, relata C, aún con la voz quebrada. Y añade “muchos defensores ucranianos, los rusos les han puesto precio a su cabeza”. Es la banda sonora del terror cotidiano.

Infancia bajo alarma: la generación que ha normalizado la guerra

Lo más devastador no son los drones ni los misiles, sino la niñez quebrada. En una plaza de Kiev, C vio a un niño de ocho años inmóvil, mirando su móvil: “No veía dibujos. Miraba Monitor, una app que indica si el misil va a caer sobre tu cabeza.” Y prosigue “Los niños ya no corren hacia los parques, ya no piensan en su supervivencia. Muchos ya no bajan a los refugios; otros pasan días sin ver el sol, con déficit grave de vitamina D, porque las clases se imparten bajo tierra”.

Nos indica la voluntaria, “cuando suena la alarma, algunos simplemente dicen: “Ya pasó. Sigamos jugando”. Han normalizado el horror”.

Cuando una escuela es un cráter… y aun así hay baile

“En Jersón, un dron kamikaze destruyó un colegio entero. No quedó nada salvo ruinas” y aún así, llegó el día del baile de fin de curso: Las niñas se pusieron vestidos de princesa; los niños, camisas tradicionales. Y bailaron sobre las ruinas de su escuela”, nos cuenta C. que, según ella, ese baile es la metáfora que define hoy a Ucrania: “un país que baila para no morir”.

Hospitales sin luz: el infierno donde terminan las explosiones

Nuestra voluntaria C visitó un hospital en Kiev. Lo que vio allí no se le puede olvidar: “Personas sin rostro. Soldados sin extremidades. Civiles solos, sin familia. Y quirófanos… sin luz.”

Los ataques rusos —según relatan civiles, médicos y equipos locales— se dirigen sistemáticamente a infraestructuras eléctricas y de agua caliente, dejando hospitales al borde del colapso.

Zaporiyia: el último límite

Finalmente nos añade C, con mirada triste y voz callada, que “en el extremo más oscuro del conflicto, hay quienes afirman que si Rusia avanza más, sus habitantes preferirían “volar” la central nuclear de Zaporiyia, e inmolar todo el pueblo ucraniano, antes que permitir una conquista total del territorio”. Es un testimonio representativo del nivel de desesperación y frustración que anida en la población.

 “Ya no se hacen prisioneros”: la nueva brutalidad de la guerra

En las trincheras, los defensores afirman que la guerra ha entrado en otra fase: “Ya no se hacen prisioneros.”

Otra voluntaria L, explica que muchas cifras de víctimas y ataques “hay que multiplicarlas por diez”, porque el territorio ocupado o aislado no permite recuentos fiables. Actualmente, según su testimonio “el ejército ruso mantiene cercada una población ucraniana con 10.000 personas —defensores, mujeres, niños y ancianos—, a quienes habrían advertido que “no habrá supervivientes”

Estos testimonios reflejan el clima de terror que se vive sobre el terreno.

Un país sin jóvenes: son las mujeres quienes ahora defienden Ucrania

La falta de relevo militar es uno de los dramas ocultos. Según testimonio recogido de L, “demasiados jóvenes ucranianos han muerto ya o están en el frente sin relevo, comida o indumentaria, desde hace años”. Y añade, “las mujeres están tomando el relevo en unidades de defensa territorial”.

Asimismo, y según testimonios de la propia Fundación Madrina, “en España hay refugiados rusos –incluso con formación médica elevada-, en situación de calle y otros muchos jóvenes rusos que buscan salir de su país para evitar el reclutamiento y escapar de una crisis económica creciente”.

Es una guerra que devora a dos generaciones simultáneamente, de Rusia y de Ucrania.

Psicología devastada: adultos rotos, adolescentes zombis

Los efectos psicológicos son imposibles de ignorar. L nos indica que “los niños mayores recorren las calles con una mirada vacía, como si hubieran dejado atrás parte de su alma, mientras los adolescentes deambulan entre conductas disociativas, atrapados en mundos que sólo ellos parecen habitar”. Y añade “los adultos cargan con episodios psiquiátricos constantes, y las familias enteras viven bajo un estrés que no se disipa ni de día ni de noche, como una sombra que todo lo cubre”.

“Es una guerra de tecnología y hambre”, resume L, y sus palabras cortan más que cualquier metralla. En medio de tanta desesperación, la vida se abre paso en gestos de heroísmo cotidiano, como el que nos añade L, “he visto abuelas ucranianas de 80 años que amasan bollos en la penumbra de sus cocinas para venderlos en la calle y comprar drones, para sostener a quienes defienden su tierra; también he visto cirujanos y cardiólogas confesar que, aun con manos capaces de salvar vidas, no pueden alimentar a sus propios hijos”. Nos indica que “la supervivencia se ha convertido en un acto de valentía y amor silencioso, donde cada gesto de cuidado es un desafío a la guerra que amenaza con devorarlo todo”.

Europa llega tarde: una generación desaparecida

La Fundación Madrina señala que una generación completa ya ha desaparecido entre muertos, exiliados y traumatizados. Y añade: “Europa no actuó a tiempo. Y ahora está en juego la esperanza de todo un pueblo.”

La Fundación Madrina: “Regalar un cielo sin bombas”

Finalmente nuestra voluntaria L, de origen ucraniano, agradece la solidaridad española, comentando que “los voluntarios españoles tienen sangre. Tienen corazón.”

Conrado Giménez, presidente de Fundación Madrina, resume así la misión con los niños y madres ucranianas que viene realizando desde el inicio del conflicto: “No podemos detener los drones, pero si podemos regalar a todos los niños y madres víctimas de la guerra, un cielo sin bombas.” Y añade: “ayudar a los niños, sacarlos del miedo, llevar alimentos y productos de higiene, sostener a las madres y llevar productos sanitarios y medicinas, esa es nuestra inquebrantable misión”.

“Mientras los niños bailan sobre las ruinas de sus colegios, nosotros seguiremos trabajando para que un día la música suene más fuerte que las sirenas”, afirma Giménez.

Un llamamiento final: la Paz justa y duradera es más urgente hoy que nunca

El presidente de la Fundación Madrina lanza un último mensaje antes de la Navidad: “la paz no puede esperar. Exigimos una paz justa y duradera que proteja a los millones de niños, mujeres y ancianos atrapados entre misiles, drones y en el fuego cruzado”. Y continúa: “Deseamos una Paz que devuelva a madres y niños el derecho a vivir sin miedo, sin frío y sin hambre, que devuelva la educación y la normalidad a la infancia y adolescencia”. Y concluye: “En medio del horror y la falta de respeto a los derechos humanos,  la Fundación recuerda que Ucrania no es solo un país libre; es la esperanza democrática de Europa, y merece ser acogida con valentía y solidaridad, sin reservas ni dudas”.

Pero el llamado no termina ahí. La Fundación Madrina subraya “la urgencia de liberar a los jóvenes rusos y ucranianos de esta guerra fratricida, injusta e inhumana que les roba la infancia, la juventud y cualquier futuro posible”. Cada gesto de apoyo, cada decisión política, cada acto de humanidad es un paso para detener la barbarie y sostener la vida frente a la devastación. Es un llamado a actuar, a no mirar hacia otro lado, y a recuperar la dignidad de quienes sufren en silencio.